Ni gracias ni no

Beckettiana

Durante sus tempranos veinte, Beckett pasó largas estadías en la ciudad de Kassel. ¿El motivo? Su prima Peggy Sinclair, de quien estaba completamente enamorado. Un único retrato de la joven se halla en Internet. Tiene una bufanda de colores echada sobre los hombros y una falda muy larga ajustada a la cintura con una gruesa pretina.

Murió de tuberculosis en 1933, año en el que Beckett, como era de esperarse, detuvo sus visitas a la ciudad. Más tarde le dedicaría unas líneas muy crueles en su primera novela y otras de considerable afecto y ternura en Krapp’s Last Tape.

Estuve en Kassel y digamos que, un poco por ocio, un poco por estupidez, me acerqué al número 5 de la Landgrafenstrasse, donde vivía la prima de Beckett. En medio de una silenciosa calle que tenía el piso colmado de hojas doradas, encontré un modesto edificio de ladrillos iluminado parcialmente por una luz tibia. Durante un rato, pensé en tocar cualquiera de los timbres y salir corriendo. Me conformé con tomarle una foto a la fachada. Cuando estaba a punto de irme, escuché un ruido a mis espaldas.

Una joven salió del edificio. Tenía el pelo mojado. Llevaba puesto un abrigo de solapas anchas. Le hice una seña con la mano y me acerqué. Me miró con desconfianza. En mi escaso inglés, alcancé a preguntarle si conocía el número de la familia Sinclair, donde vivía la prima de Beckett. Me dijo que la calle Samuel Beckett estaba unas cuadras más arriba. No, le aclaré, me refiero a la familia que Beckett visitaba en aquel edificio. La chica tenía los ojos salpicados de briznas marrones. Parecía realmente lamentar no poder ayudarme. Me conozco a mí misma, me dijo, pero eso es todo. Luego sonrió con manifiesta diplomacia y me dio la espalda.

La vi alejarse mientras en mis pensamientos redundaba aquella antigua creencia que revela a los muertos demorados en la eternidad, imperturbables, sin tiempo.

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