Ni gracias ni no

Como es costumbre

A mediados de los años 90, Dermis Tatú grabó las maquetas para el que sería su segundo disco. Se trata de un puñado de composiciones inestimables, me atrevería a decir que muchas de las más relevantes de la banda. Es una lástima que nunca se haya materializado aquel álbum. De cualquier forma, muchos de los demos se consiguen en YouTube. Entre otras muy notables se halla “Hombre de negocios”, una canción que desde el título insinúa marcas y estampas de época (pienso en la figura del banquero, tan infecta, extendida y sellada en nuestra memoria).

Del tema existen al menos dos versiones.

La más popular es aquella que arranca con un riff entrecortado que titila como un bombillo flojo a lo largo de toda la canción. El bajo retumba y se superpone sobre una batería igualmente histérica. El ritmo del tema es cojo, aunque agradable: uno mueve la cabeza. En los segundos finales podría montarse fácilmente la lírica de un MC. Si las melodías de las canciones tienen un objetivo, digamos que la de esta es animar a dar un giro.

La versión que más me gusta, no obstante, es la “original” (según los créditos del video en YouTube), compuesta y grabada íntegramente por Cayayo en el 96 bajo el título “Businessman vs. Predicador”. La pieza está montada sobre una pista de ritmo asincopado en la que la voz reverbera con tenebrosidad y es entorpecida por cierto traqueteo. Vaya usted a saber a qué didáctica estaré respondiendo, pero los arreglos de esta versión me hacen evocar escenarios sinuosos y oscuros a través de los cuales intuyo se pueden estar llevando a cabo tratas administrativas y movimientos inherentes al business y la burocracia.

Para la época en la que se grabó esta canción en Venezuela todavía se hablaba de la famosa “crisis bancaria”, que surgió al alba de 1994 y reventó con la llamada “corrida bancaria”. Muchos deben acordarse de los miles de ahorristas que circulaban en pánico por aquellos días en torno a los bancos con el único propósito de retirar sus churupos. Las consecuencias no fueron menores: colapsó el sistema económico. Es memorable la intervención del Estado y su controvertible “Plan de rescate bancario”, cuyo desembolso tuvo un fuerte impacto en la economía. El saldo se tradujo en millones de cuentas congeladas, detrimentos en el patrimonio y una pérdida generalizada de la confianza en la política y economía nacionales. Ni uno solo de aquellos traviesos está o estuvo preso. Que levante la mano quien tuvo una alcancía de plástico con la forma de los logos del Banco Latino o el Consolidado.

No deja de ser raro que el sujeto al que alude la letra de “Hombre de negocios” no lleve traje ni maletín (prendas con las que solemos vestir en nuestras fantasías a aquel tipo de sujeto). Sus prácticas responden bastante bien a los clichés de la viñeta que nos han enseñado a imaginar inherente a estos asuntos: es opulento y acaparador (“moneda desigual”; “máquina de oro”; “excavaciones en la piel oculta de los Amazones”) y se desplaza relajado entre pasillos y habitaciones de hoteles cinco estrellas. ¿Formará parte de la directiva de algún banco? ¿Formará parte de la cúpula gubernamental? ¿Es un alcalde? ¿Es el dueño de una empresa? Misterio.

Me acuerdo de los banqueros y no puedo evitar preguntarme por los caminos entre los cuales se desplazará hoy aquel tipo de joya. Lo imagino en alturas que me exceden y me pregunto por qué renovamos (como una molestia que remonta desde el pasado y se extiende hasta la hipérbole en la cotidianeidad) la tantas veces mentada corrupción.

No dejamos de pifiar con el uso que hacemos de nuestros recuerdos. Acaso tiene que ver con la nostalgia, que es necia, o con el así llamado sentido crítico, que ha sido insuficiente. ¿Cuánto ha evolucionado aquel “Hombre de negocios” desde aquellas corridas hasta estos tiempos? ¿Qué pinta tiene? ¿Lleva corbata, chaleco, leggins, falda, uñas acrílicas, lentes de pasta? ¿Las formas de cuáles logos tienen sus alcancías?

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