Ni gracias ni no

Necesidad de música

En Un séptimo hombre, John Berger se pregunta: ¿qué nos lleva a abandonar nuestros hogares? A partir de estadísticas, poemas, testimonios y fotografías, el autor británico reflexiona en su libro sobre las esperanzas, aspiraciones y frustraciones de migrantes turcos y griegos en Europa a mediados de los años 70. John Berger concluye: nos vamos de nuestros países para ganar dinero.

Aunque cada caso es único, nadie puede negar que irse de casa marca un antes y un después. En mi álbum mental, donde guardo fotografías de vacaciones, cumpleaños y celebraciones en general, he agregado la imagen de mi partida.

Con el paso del tiempo, en lugar de envejecer, el ensayo de Berger se actualiza. Parte de su efectividad se halla en su escritura: Berger nivela al sujeto migrante individualizándolo en una tercera persona. De esta forma, reúne épocas, nacionalidades y desplazamientos. La operación es tan sencilla como magistral.

¿Se hallan manifestaciones relativas en Latinoamérica? Muchísimas. Aunque por entonces el caso de Venezuela se ha vuelto estimable, en nuestra región destacan los casos de Colombia, México y Cuba. A partir de estos fenómenos han surgido decenas y decenas de libros, películas y canciones. Me gustaría traer a cuento un disco de Rxnde Akozta (Cuba, 1982) que se llama Outlet y que revela un flanco actual referente a estas cuestiones.

Dice Barthes en El grano de la voz que el goce que transmite la música supone un brote intersubjetivo producido entre la melodía y el acto de escucharla. El oído excede la alerta inherente al sentido auditivo y alcanza el plano de lo psicológico. Escuchar es un proceso activo, es decir, una forma de la creación. Dicho de otra forma: el sonido es semántico, cada nota, progresión de acordes o melodía está colmada de significado.

La aparición de Outlet en 2017 coincidió con un momento de penurias personales. Durante todo aquel año, el disco me acompañó. Sus canciones me sugieren un sinfín de sentidos y conexiones no necesariamente lógicas. Mi lectura proviene de la satisfacción de escucharlo mientras miraba el correr de la autopista a través de la ventana del colectivo que me llevaba al colegio donde dictaba clases en las afueras de la ciudad. La música consigue sacarme de mí mismo, dijo George Steiner, me ofrece una compañía mejor que la propia. Aquella suerte de autismo aliviaba mi necesidad de música.

El disco arranca con el sonido de un error: un glitch tilda el primer track. Luego de un resumen construido a partir de leitmotivs de lo que vendrá, irrumpe la voz de Rxnde Akozta aludiendo a la amistad: “A mis amigos de verdad…”. Una vez una amiga que vive en Caracas me dijo, desde su mirada inversa a la de quienes nos fuimos, que lo que más apreciaba en aquel momento de su vida era justamente tener cerca a sus afectos.

Un sentimiento nostálgico, inseparable de la condición migrante, aparece con insistencia en estas canciones. “Glory days” es un repaso de momentos buenos: “¿Recuerdas cuando todo empezó?”. “Baúl de los recuerdos” (título evocativo donde los haya) contiene un recitado de comidas típicas sobre una melodía de trompeta melancólica. “El rap cubano está de vuelta” incluye hacia sus segundos finales un inventario de lugares memorables de La Habana.

Al contrario de lo que suele decirse sobre el género, ninguna de las canciones reenvía a lecturas individualistas; muy por el contrario, sugieren una y otra vez cierta impresión de colectividad o “nosotros”. Del mismo modo que Berger, Rxnde Akozta individualiza al migrante: lo nombra (“Seba”) y lo describe (“Trabajando por el sueldo de un esclavo en China”). El efecto es de identificación. Al mismo tiempo, promueve una especie de aliento o impulso a seguir, muy afín al rap, dicho sea de paso, a partir de locuciones como “Paʼ lante” o de frases en las que refiere a “Los que buscan en los contenedores”. Recuerdo que, cuando quería coger ánimo, escuchaba en repeat el tema “Sobre un beat de Asier”.

El momento cumbre del disco lo marca “Qué bolero”, cuya cima se halla en el instante en el que el beat se detiene y se larga solitaria la voz de Rxnde Akozta. Destaca el efecto hipnótico que produce (al igual que la cuerda de metal en “Drxma”) la repetición de aquel pitido sobre toda la canción.

La presencia fantasmal de Canserbero emerge entre los recovecos del disco como “Perro del infierno”, “Tyrone José” y “El chamo”. Son estimables los versos que Rxnde Akozta le dedica en “Deep bucle” y no es para nada menor el detalle de la dedicatoria en la portada (la grabación, si no me equivoco, es inmediata a la noticia de su muerte).

Aunque cada canción está atravesada por aquel juicio crítico que atañe a Berger en Un séptimo hombre, a diferencia del libro, la migración en Outlet está contada en primera persona.

En su ensayo sobre el Arte Contemporáneo, César Aira insiste en el carácter imperecedero que poseen algunas piezas artísticas. No exageraría si dijera que, al intervenir con distancia crítica en el presente, discos como el de Rxnde Akozta y libros como el de Berger no prescriben ante el paso del tiempo.

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