¿Cómo es escuchar flamenco en Buenos Aires? ¿Qué pasa cuando el paisaje de una ciudad sugiere su propia música?
Tengo una tía que durante los años 90 estuvo casada con un sevillano. Un tipo sencillo. Mitad amable, mitad gracioso: su calvicie evidente no le impedía hacerse una colita con los mechones que le quedaban a los lados de la cabeza. Se llamaba José Ramón, pero se presentaba como Fernández. Aunque trabajaba como albañil, decía que era ingeniero. Hablaba hasta por los codos. No decía bonito sino bonico. Cuando se encendía con unos tragos, ponía una música loca.
Voy en la bicicleta. Escucho Califato ¾ en estado de fascinación. Miro las frases escritas en fileteado sobre las ventanas de los bares. Una voz obsesionada con una sola nota me trae involuntariamente el recuerdo de Fernández: surge menos su imagen, debo reconocer, que cierto ingrediente o propiedad única de la tonada andaluza (muy probablemente aquello a lo que Barthes llamó grano).
¿Cuántos pueblos han mezclado su folklore con elementos de la música electrónica? Perder el miedo a meterle mano a la tradición es una forma de actualizarla: la autenticidad de un himno también puede deberse a sus 160 bpm. Aunque Niño de Elche haya decretado su muerte, Califato ¾ reivindica el flamenco en tanto juerga, rito y fiesta popular. Rebeldes y tiernos, críticos y cómicos, típicos y experimentales, de tanto hurgar en el acervo, han terminado por no parecerse a nadie: de lejos componen algo así como un grupo de gente vacilando, que lo único que pretende es que el resto la pase igual de bien.
Mi tía y Fernández volvieron de sus vacaciones con una franela de rayas blancas y verdes. ¿Qué se dice?, me preguntó mi mamá cuando la recibí. Pero yo estaba triste: quería una camiseta de la selección Argentina. Fernández disparó con el ceño fruncido: “Er Beti es de lo mejó”.
Hay una voz al principio del documental de Carlos Saura que dice que el flamenco es consecuencia del cruce de una infinidad de pueblos: “Crótalos griegos, jarchas mozárabes, cantos gregorianos, romances de Castilla, lamentos judíos, el son de la negritud y el acento del pueblo gitano que viene de la lejana India se entremezclan para formar la estructura musical de lo que hoy llamamos flamenco y se expresa mediante el cante, el baile y la guitarra”.
¿Quién puede hablar aquí de originalidad? El flamenco es menos una coincidencia que una conjunción de hechos históricos (a Manuel de Falla le fascinaba que las melodías reducidas del cante jondo correspondieran tan notoriamente a los sonidos de la remota India).
Si, como afirma Agamben en “Las lenguas y los pueblos”, las jergas cubren el tejido del lenguaje y los pueblos el de la comunidad, Califato ¾ va en la dirección contraria a la de gramáticas y Estados. No en vano sus herramientas favoritas son el sample y la hipertextualidad: en la melodía de “Vampiro güeno” resuena la de “Pedro Navaja”; en la de “Mono d’atraççionê”, la de “Ay, ay, ay”; en la de “Libre çoy”, surgen nada menos que unos versos del “Romance de la luna”. El etcétera es literalmente infinito.
En la garganta andaluza habitan siglos de residencia de civilizaciones foráneas. Con el fin de transcribir este fenómeno, Califato ¾ recurre al EPA, un sistema diseñado en 2017 por un colectivo de estudiosas, aficionadas y amantes de la lengua que, a través de una ortografía no-oficial, adapta a la escritura particularidades del dialecto andaluz. De esta forma, un enunciado como “En la muralla invisible que protege nuestro amor hay cuatro pavos reales vigilándonos a los dos”, pasa a ser “En la muraya imbiçible que protehe nuêttro amôh ay cuatro pabô realê bihilándonô a lô dôh”.
Queda decir que la subjetividad latina en el amor tiene mucho de andaluza: hoy justificadamente cuestionados, aquellos modos desgarrados anidan por igual en rancheras, boleros y tangos. El amor y la muerte son asiento común en las coplas gitanas: no hay en ellas momentos correspondidos ni de felicidad. En su Arquitectura del cante jondo (leída, por cierto, aquí en Buenos Aires en 1933), Lorca dice que la Pena tiene forma humana: “ella es una muchacha que quiere y no quiere porque puede querer”. En esa misma línea canta Lola Flores con estimables belleza e histeria: “Tiemblo de verme contigo / y tiemblo si no te veo / Este queré es un castigo / castigo que yo deseo”.
Se murió hace años, me dijo mi tía el otro día cuando le pregunté por Fernández. Quién iba a pensarlo. Yo lo hacía a mitad de una calle de Triana, caminando en ¾ con su melena al viento.
Excelente lectura. Me amarraste desde las primeras tres líneas. Bravo 👏🏽
Gracias!
Me encantan. Andaluces indomables.
Sin fronteras, unidad ni pureza!
Excelente como siempre Chequererex
Gracias, mi pana Cheque 🙏