Calero a Desamparados

¿Quién no ha despertado alguna vez a causa de un sonido cuyo origen desconoce?

Ifigenia en Áulide, la pieza de Racine, abre con la voz de Agamenón resonando en los oídos de uno de sus criados: “Es tu rey quien habla”. Las palabras surgen en la oscuridad, como si formaran parte de la dimensión del sueño. El criado duda de haberlas escuchado: “¿Es usted, señor? ¿Qué súbito cuidado lo conduce aquí tan de mañana?” 

Menos grato es el sonido que despierta a José Vicente Abreu al inicio de Se llamaba SN: “Un grito de mujer me hizo brincar”. El autor abre los ojos y distingue nada menos que media docena de agentes de la Seguridad Nacional apuntándole con sus armas: “Con el cañón me daban en el pecho como sobre una puerta y me llamaban por el seudónimo viejo”.

Abreu tiende al detalle. Una de tantas distinciones es su ubicación al momento de su captura: “Calero a Desamparados”. ¿Qué edificios se alzan hoy en aquel sitio? ¿Califican como lugar icónico? ¿Debería haber allí una placa, un mural, una estación de Metro? La esquina empalma con su par “Entre Ríos y San Juan”, en Buenos Aires, donde agentes del Grupo de Tareas de la ESMA asesinaron al también escritor de no-ficción Rodolfo Walsh. Ciertamente, a Abreu no le dispararon; sin embargo, ¿no emprende desde el momento de su captura en Calero y Desamparados su camino hacia la muerte?

Se llamaba SN fue publicada por primera vez en 1964. Aunque Abreu amplió y culminó el texto durante su exilio en México, las primeras anotaciones las hizo a mediados de los 50, es decir, al mismo tiempo que Walsh avanzaba con su investigación sobre los hechos que más tarde narró en Operación Masacre.

¿Cómo contar el horror? ¿Cómo transmitir su experiencia? Hay eventos que suponen una nueva relación con el lenguaje.

La llamada no-ficción comprende el uso de materiales que deben ser respetados (grabaciones, archivos, documentos); los modos de disponerlos, sin embagro, no están exentos de desórdenes o deformaciones: el texto de no-ficción está fundado en impresiones particulares, por lo tanto, admite una suerte de estética asentada en emociones y resoluciones elegidas en tanto formas de decir. 

Se llamaba SN narra la primera visión relativamente completa de la represión llevada a cabo durante el régimen de Pérez Jiménez (1953-1958). Desde una primera persona que reenvía al sujeto autoral, Abreu detalla las torturas que sufrió en la cárcel Modelo de Caracas y su posterior traslado a los campos de concentración de Guasina y Sacupana. Más de 200 detenidos acusados de terrorismo, entre los cuales figuraban altos mandos de Acción Democrática y el Partido Comunista, fueron encerrados en pleno corazón de la selva. Eran lugares hostiles a la vida humana: el clima oscilaba entre los 38° y 40° C. a la sombra; el único medio de contacto con el exterior lo constituían las contadas barcazas que muy de vez en cuando recalaban en la costa; cuando el río subía, las aguas dejaban el área convertida en un inmenso criadero de larvas (epidemias y enfermedades azotaban permanentemente).

Si uno quiere hacer política con la literatura o quiere que la literatura tenga algún tipo de función social, decía Piglia en sus clases refiriéndose a la tradición a la que pertenecía Rodolfo Walsh, no puede recurrir a la ficción. Walsh hallaba enormes posibilidades de participación en la vida política a través del uso de documentos y trabajos de investigación: la denuncia traducida a las formas de la novela le resultaba inofensiva. Solía trabajar con la voz ajena. ¿Qué puede decir un testigo? ¿Cómo expresa lo que ha visto?

Abreu, en cambio, contemplaba la variable testimonial. Se llamaba SN es un relato sin intermediarios que, además de reflejar una situación social paradigmática, muestra las condiciones materiales desde las cuales surge la voz que le da forma. La de Abreu es una mirada centrada en aquel yo-nosotros a quien los lectores debemos asumir como testigo, actor y juez. 

Ambos textos confrontan la ideología del lector usual de la historia oficial a partir de voces de hablantes oprimidos. También proyectan desde la individualidad hacia lo colectivo; en tal sentido, funcionan como espejos sobre cuyas superficies el “otro” silenciado surge en nuevas dimensiones y significados. En acuerdo con esta pretensión, Guillermo Sucre dijo que Se llamaba SN era un texto “escrito con rigor y honestidad, que no contempla(ba) apasionamientos ni imparcialidades políticas”, es decir, un texto que también imputaba, acaso de modo oblicuo, al grupo representado en su enunciador.

Me pregunto qué sonidos despiertan hoy a quienes duermen de Calero a Desamparados. En La ciudad de los techos rojos, insinúa Bernardo Núñez: “En torno de los modernos edificios rondan los fantasmas que le dieron nombre y prestigio a esquinas y calles de Caracas…”.

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