Ni gracias ni no

El mejor narrador

Estábamos en el Metro cuando le pregunté a Pilar cuál era para ella el mejor narrador venezolano. Antes de que pudiera responderme, un señor que nos escuchaba unos asientos más allá nos interrumpió. El mejor narrador venezolano de todos los tiempos, dijo el señor, no es otro que el grandioso Aly Khan. Nosotros nos quedamos en el sitio: aclararle que hablábamos de otro tipo de narradores no sólo era una estupidez, sino que no había forma de contradecirlo.

¿Qué fue lo que hizo tan especial a Aly Khan? En Wikipedia dice que fue su “estilo”. Su caso es el del forastero que advierte los fenómenos como ya no pueden hacerlo los lugareños. Luego de reparar en los hechos hípicos, Aly Khan armó un dispositivo y se largó a narrarlos como nadie lo había hecho. Si el presupuesto de las artes es la mirada, dijo Piglia, no importa que los narradores no sean reales: lo que fija la efectividad de un relato no es tanto la necesidad de contarlo, como aquella deformidad particular a partir de la cual se cuentan.

Dichos modos varían y la narración puede ser impulsiva, irónica o distante. Hay tantos relatos atropellados como reflexivos u observacionales. ¿Qué es un buen cuento sino una historia que le interesa por igual a quien la narra como a quien la escucha o lee? Ponía como ejemplo el propio Piglia la forma del relato en los partidos de fútbol por radio o televisión: se halla un narrador y un comentarista, mientras uno cuenta y describe, el otro reflexiona, es decir, mientras uno avanza en el partido, el otro indaga sobre el sentido del relato. La aseveración es irrefutable en Argentina, donde el fútbol goza de un lugar esencial. Me pregunto cuál tipo de narración deportiva destaca popularmente en Venezuela. ¿La del béisbol? ¿La del básquet? Acaso sea la de las carreras del llamado 5 y 6, como indicó indirectamente aquel señor que nos interrumpió a Pilar y a mí en el Metro.

¿De qué forma relataría Aly Khan la vida igualmente célebre y triste de Juan Vicente Tovar?

¡Partidaaa! Largada bastante pareja. Ataca por el centro de la cancha el negro Tovar. Bueno en punta o atrás, en pista liviana, pesada o fangosa. Con estilo fino y limpio en el sillín. El negrito de San José. Nacido en 1950. Hijo de Pedro Tovar y María León. Hombre con tamaño de niño. Humilde, cariñoso, siempre alegre. Canta canciones de Reinaldo Armas y trabaja en la fábrica, en la carnicería y en el restaurant de la Avenida Socorro donde un mesonero aficionado al hipismo lo arrastra por primera vez a ver las carreras de caballos. Veintitrés segundos dos quintos los primeros cuatrocientos metros. Entra al hipódromo como caballerizo de establos. Conoce de cerca a sus mejores amigos los caballos. Se inscribe durante los tempranos 70 en la recién inaugurada Escuela de Jinetes. Le cuesta pero finalmente consigue su diploma de Aprendiz. Muy bien colocado Juan Vicente. No es un jockey impresionante ni posee silla extraordinaria pero es muy inteligente. Obtiene su primer triunfo sobre la yegua Soroa. Gana una docena de estadísticas consecutivas. Se escapa sólo en la cancha. Cuarenta y cinco cuatro quintos los setecientos. ¡Allá rodóóó! Se fractura el fémur Juan Vicente. Pasa cinco, seis, siete meses de reposo. El público pregunta qué pasa. Los periódicos titulan “Se fue Tovar”; “Tovar no vuelve más”; “Tovar muy desahuciado”. La lesión lo mantiene inactivo. Seguidamente, crece la deuda sobre la casa que le compró a la mamá: los cobradores son implacables. Desde el fondo mejora mucho, en menos tiempo de lo que los doctores estiman. Jotavé está de vuelta en la cancha y paga la casa. Supera el récord mundial: 16 casquillos de oro. Se corona con el clásico Simón Bolívar: primero con Winton; después, con Don Fabián. Sólo en la punta el negrito de San José. Será difícil que lo derroten. Ya tiene más de 2500 triunfos en su haber. Tres triples coronas con el ejemplar Iraquí. Juan Vicente Tovar. De punta a punta. Gana en Caracas. Gana en Maracaibo. Gana en Valencia. Pero muere repentinamente su hija de 11 años y un profundo dolor lo consume. Piensa en retirarse. Hay fricciones con su esposa. Se establece en Margarita a reposar. Un día comienza a echar en falta el tronar de los caballos. Se siente en condiciones y vuelve. Ataca por dentro Juan Vicente. ¡Entra en la recta final! Jotavé alcanza 82 primeros en el 95; 32 en el 96; 94 en el 97. No hay nada qué hacer. ¡Ganó Juan Vicente! Fusta en alto en la línea de llegada. Pagando dos veinte a ganador…

Repaso la lucidez de aquel señor en el Metro y me doy cuenta de que, al concebir a un escritor mejor que otro, nuestra pregunta estaba equivocada. Nadie es el mejor, señala un grafiti con una A de anarquía a un costado, al que Pilar le tomó una foto hace tiempo. No puedo estar más de acuerdo. Animo, ridiculez aparte, no sólo a suprimir del lenguaje aquel odioso calificativo, sino a leer la diferencia y la mirada desigual desde la cual nos afirmamos a narrar el mundo, como lo que realmente puede llegar a permitir que nos contemos. Fantasear un dispositivo por el cual valga la pena, por ejemplo, tener nacionalidad. Usar la literatura, en una palabra, no para volverse venezolano, sino para seguir siéndolo.

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