Pilar y su esposo se separaron porque ya no se entendían. Cuando discutían, terminaban por repetir las mismas frases. En uno de sus últimos enfrentamientos, Pilar contestó a las acusaciones de su marido con un grito: “Más cállate serás tú”. La exclamación hizo que se paralizaran: les reveló la dispersión, la estridencia, el barro en el que estaban hasta el cuello.
Jamás me había sentido tan inútil como lector, confiesa Luis Barrera Linares en las primeras páginas de El traje narrativo de Trejo (1994), su libro sobre el autor merideño, cuyas formas exceden en artificios, complementos y excentricidades literarias. Trejo es posiblemente el caso venezolano más extremo, dice Barrera Linares, dentro de una línea de trabajo que resquebraja de manera radical las convenciones relacionadas a la comunicación mediante el texto literario.
Mucha gente reconoce en el trabajo de Oswaldo Trejo una habilidad incuestionable para crear atmósferas a través de recursos verbales peculiares; sin embargo, no falta quien asegure que ante sus textos ha tenido “la sensación de haber leído cualquier cosa”.
Uno de sus propósitos vitales es justamente cuestionar la garantía comunicacional de lo literario: sus textos revelan la incomunicación inminente entre autor y lector.
Desde su primer libro, Trejo juega a la perturbación. Los cuatro pies (1948) es un conjunto de cuentos de fantasías poderosas e inclasificables que se mueven entre abstracciones e imágenes de tintes surrealistas. Más adelante, en Cuentos de la primera esquina (1952), cede ante regionalismos y diseños de escenarios específicos. Luego, en Depósito de seres (1965), demuestra que su propuesta puede ser equilibrada respecto de estructuras y lenguaje en uso. Aunque a partir de entonces se torna penetrable y comienza a deslastrarse del “epíteto fantástico”, no deja de extender su proyecto esencial: cuestionar la idea que propone al lenguaje como vía efectiva de comunicación.
Me pregunto si hay posibilidades de que aquel “ruido” proyecte en la aspereza que poseen nuestros diálogos a nivel político.
En el relato que abre Depósito de seres, el narrador describe un sonido que proviene de la interioridad de un personaje que “se aturde a sí mismo”. Sirvan como modelos las querellas propias ante quienes concebimos contrarios o diferentes: nada más frustrante y cercano a la locura que hallarse solo en las ideas.
En el mismo libro se cuenta la historia de Genarina y Sotera, dos ancianas que conversan luego de un tiempo sin verse. Entre ambas se entabla un diálogo en el que la absurdidad esta dada por la sordera de una y la precaria vista de la otra. Dicha incomunicación refleja lo que suele suceder entre el lector habitual de Trejo y su trabajo. Aunque por momentos se entienden perfectamente, el diálogo dispara hacia lugares de incongruencia:
−¿Cuál de tus hijos es el ingeniero?
−¡Estoy esperando el cuarto nieto!
Si no les suena conocido, basta con leer los textos que conforman Una sola rosa y una mandarina (1985), donde las situaciones están narradas a partir de registros aparentemente estables, cuyos equilibrios ceden ante una frase cualquiera (como si una sola palabra, un apellido o un acento pudiera provocar un conflicto).
La estridencia propia no permite atender a la del otro. El nuestro es el tiempo del “Más cállate serás tú”. La literatura de Trejo se actualiza en tanto promueve aquel tipo de ideas: el lenguaje no comunica otra cosa que su inutilidad. Vale llorar ante cualquiera de las páginas de Andén lejano. De alegría, por supuesto, de asombro, de impotencia.