De un tiempo a esta parte es más que notable en circuitos del arte contemporáneo la visibilidad que han obtenido creadores pertenecientes a grupos amerindios. Un caso estimable, podría decirse, es el de Sheroanawe Hakihiiwe, artista venezolano de origen yanomami, quien a través de prácticas como el dibujo y la pintura, aborda imaginarios y preocupaciones de su comunidad.
Compuestas por líneas, puntos, círculos, cuadritos, curvas y garabatos, las piezas de SH guardan un vínculo especial por el detalle. Se trata de un trabajo minimalista y abstracto, en el que suelen aparecer representaciones de orugas, hormigas, libélulas, serpientes, árboles, hojas, semillas y cualquier tipo de expresión de vida perteneciente a la flora y la fauna amazónica. Entre estrategias compositivas frecuentes en SH, se halla la de llenar lienzos o superficies con la repetición de un mismo símbolo o figura; forma que empalma con un uso de la pintura que el pueblo yanomami hace sobre sus cuerpos y accesorios.
Amén de sus trazos finos, plenos de pureza y sencillez, me atrevería a decir que las caras menos visibles de estas piezas sensibilizan respecto de situaciones límites de la comunidad yanomami.
La expansión territorial por parte de algunos Estados hacia tierras no explotadas en América Latina ha provocado el desplazamiento de cientos de pueblos indígenas. Estas operaciones niegan su derecho a ser incluidos en la imagen común de la humanidad. Son ellos, los “subhumanos” (indígenas, negros), llamados así por el filósofo y activista Ailton Krenak, quienes intentan mantener viva su cultura a toda costa a través de imágenes, relatos, cantos, danzas. En esta dirección opera el trabajo de SH, en tanto registra acervos e inquietudes de su comunidad, al tiempo que cuestiona aquella trama en la que todos los seres humanos poseemos los mismos derechos.
En su intervención en Siamo Foresta (2023), SH dijo: “Todo lo que ustedes ven es hermoso, pero está en peligro de desaparecer. Mi familia, mi comunidad, esta lengua que nosotros hablamos y todo lo que yo conozco en la selva. Sus animales, las plantas y los ríos y también yo. Los chamanes dicen: este tiempo ha llegado, los espíritus de la selva están tristes, nosotros estamos tristes. Hoy no podemos pescar ni bañarnos en el río Orinoco, tampoco podemos sembrar a sus orillas. El agua está contaminada. Muy pronto todo morirá y desapareceremos. ¿A dónde vamos a pedir ayuda? ¿Quién puede parar todo eso que está pasando allá en la selva?”
Si el yanomami es un pueblo expuesto a la desaparición, lo que el espectador observa ante las piezas de SH no es otra cosa que lo que podría serle hurtado. Este artista persiste, a través de sus imágenes, en la voluntad de un grupo por traer de vuelta su figura como especie humana. Tras estas piezas de apariencia apacible, surge lo que Ranciere llama “imagen intolerable”, esto es, una imagen que, debido al horror que exhibe (o bien sublima), produce dolor e indignación en el espectador. La del arte, dice el filósofo francés, debe ser una imagen capaz de proveer armas para el combate: “Ellas contribuyen a diseñar configuraciones nuevas de lo visible, de lo decible y de lo pensable, y, por eso mismo, un paisaje nuevo de lo posible”.
Al igual que su trabajo artístico, las palabras de SH están colmadas de franqueza y sencillez: “Nosotros hemos vivido en paz en la selva muchos años y queremos seguir viviendo bien como ustedes. Queremos que nos respeten, que respeten el lugar donde vivimos. No queremos tener preocupación por el agua o por lo que comemos. Queremos vivir hasta ser viejos y no morir por enfermedades como el paludismo o la contaminación. Por favor, escuchen. Todo está conectado, aquí y allá. Si se muere la selva, ustedes van a estar también muy mal aquí. ¿A dónde vamos a pedir ayuda? ¿Quién puede parar todo esto?”
A estas preguntas cabe sumar la duda por el interés de estos espacios en promover dichos trabajos. ¿Cuál es la intención final? ¿Frenar la deforestación? ¿Aplacar las voces ecologistas? ¿O, muy por el contrario, producir un discurso para satisfacer necesidades políticas? ¿Cuántas de aquellas fundaciones están protegiendo la Amazonía? ¿Cuántos de aquellos centros metropolitanos están asumiendo responsabilidades? ¿Quién sabe realmente lo que pasa en la selva?
¿A dónde vamos a pedir ayuda? ¿Quién puede parar todo eso que está pasando allá en la selva? Estas preguntas hacen que me duela el alma. Su trabajo y sus palabras me conmueven.
Tienen que arrecharte!