Ni gracias ni no

La musiquilla de las pobres esferas

El otro día compartí por WhatsApp el siguiente poema de Macedonio Fernández: “Amor se fue; mientras duró / de todo hizo placer. / Cuando se fue / nada dejó que no doliera”. Un amigo me dijo que en un primer momento había percibido una especie de desorden en las palabras. Luego, aclaró, sentí que había dado con una idea muy precisa, como si acabara de asistir a una verdad absoluta.

Para Boecio, la música mundana era la que surgía del movimiento de los cuerpos en el espacio. La idea calza con justicia en el free jazz: entre los propósitos de Coltrane y compañía estaba el de reproducir, en palabras de Enrique Lihn, “la musiquilla de las pobres esferas”. De aquella pandilla me agrada especialmente el trabajo de Pharoah Sanders. Sus composiciones contradicen cualquier tipo de mandato: en ellas fluyen estridencias, repeticiones, ronquidos, desplazamientos, quiebres, vuelos a la estratósfera. El resultado es caótico e indiferenciado. Karma, Jewels of Thought y Thembi son discos extasiantes: el propio Sanders los llamó “Sesiones de grabación entendidas como fiestas tribales”. Una amiga me contó que, mientras escuchaba “The Creator Has a Master Plan”, había estado a punto de ceder ante un ataque de pánico. ¿Qué son estas canciones? ¿Son canciones? De Sanders dicen que tocaba como si estuviese rezando o quejándose de un dolor muy fuerte: borracho de luz, destruía la música que había creado un minuto antes. Sus composiciones calman y atormentan: contra el sentido, la turbulencia o el reposo absoluto.

Su última grabación es de 2021. Se llama Promises. Tenía 80 años. Llevaba una década sin entrar al estudio. Levantadas las restricciones por la pandemia, convocó a Floating Points y a la Orquesta Sinfónica de Londres y grabó un disco de jazz, cuerdas y música electrónica. Una primera pasada revela un registro en el que no sucede nada: un único arpegio de siete notas se repite durante nueve movimientos (a fuerza de redundancia, la música avanza hacia el futuro). Los arreglos son escasos y carrasposos. Destaca el clímax que alcanzan las cuerdas al cabo de media hora. En el cuarto movimiento, Sanders se despide de este mundo cantando en un idioma desconocido. El efecto final posee el albor de un sueño.

A propósito de Om, Ascension y Kulu Sé Mama, el músico y escritor Ben Sidran dijo: “La sensación del tiempo generada por Coltrane creó un nuevo tipo de tensión que no se resolvía al final de un compás o en los lugares esperados. Esto creó, a su vez, nuevas anticipaciones en el oyente y los músicos empezaron a asociar esa nueva sensación con la idea de libertad”. Ciertamente, al intentar apartar hábitos e intenciones, el free jazz promueve formas ligadas a la noción de libertad como la sorpresa y el accidente; no obstante, este género o estilo, concebido a partir de la ruptura con normas consideradas irrevocables hasta entonces, no está en absoluto regido por las fuerzas del azar: la improvisación no sólo exige ciertos mandatos, sino que tiende a la perfección (cuanta más práctica, más recursos y posibilidades). El free jazz, señala Ekkehard Jost en su célebre texto sobre esta música, es la definición de algo que se niega a ser definitivo; afectado además por una serie de énfasis y sutilezas, es decir, por una serie de emociones que conmueven e inquietan por igual a músico y a oyente. Acaso la improvisación tenga poco que ver con el hecho de actuar sin pensar. Dice César Aira en La villa: “Si uno hace una cosa por impulso, o porque le da la gana, o directamente sin saber por qué, de todas maneras es uno el que la hace, y uno tiene una historia que lo ha llevado a ese punto de su vida; y entonces, lejos de no haber pensado ese acto, no podría haberlo pensado más: lo ha estado pensando cada minuto desde que nació”.

¿Entonces alguien que no esté iniciado en la música puede improvisar? ¿Será que todos los seres humanos estamos iniciados en la música? ¿La sensibilidad de un instrumentista, su intuición, sus capacidades para entrar o salir de una frase, determinan a nivel estético o comunicativo la calidad de sus resultados? ¿Cuánta libertad hay en el hecho de boyar junto a una progresión de acordes? ¿Qué es la libertad?

Aunque el musical también es un lenguaje basado en normas y estructuras, el free jazz abre un pasaje al infinito mediante un juego de creación de belleza. Tal vez su sentido más probable, es decir, la libertad, tenga que ver justamente con la capacidad de poder desplegar lo asimilado en aquellos instantes de improvisación.

Dicen que los grandes artistas del siglo pasado no fueron los que crearon más obras sino los que forjaron procedimientos para llevarlas a cabo. Pienso en los videos virales de gatos que recorren con sus patas las teclas de un piano. Más tarde, un músico armará un soporte para acompañar la frase del animal. El procedimiento es inverso al del free jazz. ¿Cuál procedimiento? ¿El gato improvisa? ¿Responde a un instinto? ¿Excede la cultura musical o está mediado por pautas salvajes? ¿Es más libre aquella bestiecilla que Coltrane? ¿Qué nombre lleva la melodía de su pisada sobre el piano? ¿Idea? ¿Iluminación? ¿Verdad absoluta?

Comentarios

  • Afroraizz Hi-Fi

    Excelente texto. Siempre me ha costado expresar a alguien con palabras que es el free jazz. Pero estás líneas lo definen ” De Sanders dicen que tocaba como si estuviese rezando o quejándose de un dolor muy fuerte: borracho de luz, destruía la música creada un minuto antes”. “Sesiones de grabación entendidas como fiestas tribales”. “El free jazz es la definición de una música que se niega a ser definitiva”.

  • Paris

    Realizar que la melodía del gato es más libre y espontánea que la de Coltrane, sería un Ahá moment adicional.

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