Ropa interior

Badiou dice que en el amor intervienen dos escenas. La primera es la del encuentro, que tiene estatuto de acontecimiento, es decir, de hecho que cambia todo. La primera escena agujerea la existencia. Es desgarradora, apoteósica, deslumbrante. Pertenece al orden del milagro. En la primera escena, dice Badiou, el pensamiento y el cuerpo son indiscernibles.

La segunda escena es la de la construcción, que tiene que ver menos con la duración del amor, que con inventar una manera para que este dure. Badiou dice que el amor que acepta la duración, acepta la experiencia de producir una verdad nueva: rendirse ante el aburrimiento o la primera diferencia es una desfiguración del amor. La segunda escena lleva un sello de terquedad. 

El béisbol pertenece a la segunda escena. A diferencia del fútbol o el basket, dinámicos y adrenalínicos, el béisbol es reflexivo y moroso. A veces, como el amor, también se pone loco (nada más emocionante que un triple con las bases llenas). Por eso vamos al estadio: cada tanto, el amor nos brinda la posibilidad de celebrar un jonrón. A esa obstinación, Barthes la llama “Errabundeo”: como cada enamoramiento es único, erramos de amor en amor hasta la muerte.

En una ocasión, cuando daba clases en un secundario, pedí a un grupo de estudiantes que describieran la sensación de estar enamorado. Una chica dijo: “La vida no molesta”.

Tengo una fantasía. Estoy en el Estadio Universitario de Caracas. Con una mano sostengo una cerveza. Con el otro brazo rodeo tiernamente el cuello de una desconocida que asiste por primera vez a un partido de béisbol. Señalo el campo al tiempo que le explico al oído las reglas del juego.

A veces bromeo con que el único motivo por el cual conviviría con una pareja sería el de estar acompañado durante la resaca. No quiero que me preparen una sopa o me compren un Gatorade. Quiero contar con la posibilidad de recibir un abrazo. El alcohol es depresor del sistema nervioso: en la resaca estamos menos deshidratados que objetivamente deprimidos.

Me gusta mucho esa canción de Magnetic Fields que se llama Underwear. Me gusta su base minimalista. La primera estrofa dice: “A pretty girl in her underwear / If there’s anything better in this world / Who cares…”. 

¿Cómo es que aquella primera escena adopta con semejante intensidad la forma del destino? ¿Cómo es posible que un encuentro imprevisible pase a ser el sentido completo de dos vidas? ¿Cómo un acontecimiento aparentemente insignificante porta en su duración tamaño significado? La respuesta, según Badiou, tiene que ver con que el amor posee nada menos que la capacidad de fijar el azar. 

Mi amigo Jesús opina que Badiou se olvida de la tercera escena. Le pregunto cuál es esa. La tercera escena, dice Jesús, es la escena de la ruptura. Jesús es un poema que camina. A Jesús le gusta la sensación de estar enamorado, pero no le gusta cuando esta se termina. Jesús asegura que la tercera escena es una parte buena del amor. Le pregunto cuál es la parte mala. Jesús dice que la parte mala es el olvido.

El otro día encontré a Jesús a orillas de los lagos de Palermo. Llovía a cántaros, pero a él no le importaba mojarse: seguía los patos con la mirada, como si aquellos tristes animales fuesen lo más bello que hubiese sobre la faz de la tierra. Lo llamé a los gritos, pero no prestó atención. ¿Escribía mentalmente sus poemas? “Oh, pato, retén el equilibrio de tu asombro”. ¿Cantaba una canción bajo la lluvia? “La mort, c’est la mort / Mais l’amour, c’est l’amour / La mort, c’est seulement la mort / Mais l’amour, c’est l’amour”.

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