Cada uno de los seis cuentos que conforman este libro está atravesado por una flecha o aguja invisible cuyo significado tiene que ver con la idea de continuidad (los títulos están en minúsculas y la última expresión de cada relato culmina ―continúa― en el título del siguiente). Los tópicos están anunciados desde el epígrafe: desencanto, desconfianza, desesperación. La prosa es precisa, sin engolamientos ni grandilocuencias. Destaca el ritmo y el tratamiento acertado del humor. Buena parte de los personajes, por no decir todos, muestran indiferencia y decepción ante el ambiente que los rodea: la atmósfera de varios de los relatos está marcada por el ocio y el aburrimiento (fumar marihuana y jugar Playstation son dinámicas recurrentes entre historias).
Todas las historias están contadas en primera persona. Aunque cada narrador se diferencia, cabe la posibilidad de pensarlos como una voz que se desarrolla a medida que avanza. El primer cuento ―un episodio que marca el fin de la infancia― es narrado por un niño que manifiesta posturas tempranas ante el poder eclesiástico. El segundo ―la historia de una frustrada iniciación sexual― está contado por un adolescente. El tercero y los sucesivos poseen un registro próximo al mundo universitario (resalta aquí el razonamiento autocrítico y la incorporación de la jerga callejera).
El libro puede leerse a manera de diario, en dos de sus acepciones, esto es, como un cuaderno que recoge acontecimientos en la vida de un joven y como una publicación de divulgación periódica (el tejido sobre el cual ocurren los relatos está enmarcado en medio de importantes sucesos de la historia venezolana; dichas tramas corren de manera furtiva y esbozan eventos como el atentado que cegó la vida del fiscal Danilo Anderson, la segunda visita del Papa a Venezuela o los maltratos a esclavos durante la Colonia). Al tiempo que configura un recorrido personal, el libro exhibe la actitud y el ánimo de una juventud apática y descompuesta.
Acaso la propuesta medular del conjunto está sintetizada en el relato que le da título. En un restorán chino, un joven y su novia debaten nimiedades mientras esperan el fin del mundo. A partir de especulaciones, delirios de relación y teorías apocalípticas, los personajes articulan pruebas que podrían llegar a relacionar a un desconocido a ciertos hechos. Ambos sostienen la idea que concibe la muerte como una meta, es decir, la vida tiene sentido en tanto morir los devuelva a la nada. Las tramas fundamentales han desaparecido: no hay progreso ni cambio histórico ni percepción de pasado y futuro, sino una especie de noción de vacío o momento devorado por otros tiempos. ¿Qué opciones hay ante tal enajenación? La paranoia y el desencanto aparecen como respuestas límites.
Dicha ofuscación da forma a una realidad en forma de fenómeno múltiple, fragmentario y manipulable. El símbolo elegido por el narrador para figurar este sentimiento es el de un pitido atronador en cuya reverberación está simbolizado el hastío que se cuece al interior de los personajes: “Un poco omnipresente, un poco inexplicable, quemando la cabeza de quien por costumbre la mayoría del tiempo siquiera lo escucha.”
* La frase es de Burroughs.