Cuando yo diga Canser

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Comienzo a dar clases en un secundario en Rafael Castillo, una localidad de la provincia de Buenos Aires que queda a más de dos horas del lugar en el que vivo. Desde el primer día, los estudiantes hacen chistes con mi acento. Mis pretensiones de cortesía y deferencia son leídas como sinónimo de debilidad. A partir de cierto punto, aprieto las tuercas y asumo una actitud arbitraria dentro del aula. La tensión, está de más decirlo, dificulta el avance y la asimilación de los contenidos. Pruebo leyendo cuentos y poemas y con recursos actuales como el teléfono. Nada funciona. Un buen día, por alguna razón que no llego a recordar, nombro a Canserbero a mitad de una clase. El salón entero se paraliza. Se trata de un silencio mágico, colmado de sonrisas aprobatorias. No pierdo un segundo en tomar el hecho a mi favor.

Por entonces estoy leyendo Fight the Power, un libro de Chuck D en el que el rapero norteamericano afirma que, en términos educativos, la juventud exige relacionarse con elementos que forman parte de su realidad: los jóvenes absorben más de los videos que reproducen en las pequeñas pantallas de sus celulares, que de lo que podemos llegar a decirles los profesores en medio de aquellos sombríos salones. Aunque no es necesario que sepamos la letra del último éxito de Bad Bunny, podríamos estar al tanto de los materiales que consumen los estudiantes.

En la reunión posterior a la alusión a Canserbero, trabajamos con una de sus canciones. La clase cohesiona. Los chicos se van a sus casas tarareando el tema y yo me voy a la mía con la sensación de haber obtenido una pequeña, aunque muy gratificante recompensa. No advierto, sin embargo, el enorme inconveniente en el que me meto: a partir de aquella actividad, el curso se niega a hacer cualquier trabajo que no incluya una canción de Canserbero. No me queda más que amoldar los contenidos: cuando trabajamos Género Policial, recurro a la historia que se cuenta en “Mundo de piedra”; cuando trabajamos Ciencia Ficción, explico el concepto de distopía apoyado en la letra de “¿Hasta cuándo?”.

Avanzado el curso, apelo al axioma “Pienso, luego existo” para referirme a la doctrina filosófica y a la frase “Pienso, juego, existo” en correspondencia al registro poético (me interesa que los estudiantes tomen en cuenta el costado esencialmente lúdico que habita en la poesía). A mitad de clase, repasamos una de las estructuras más creativas de todas las halladas entre las composiciones de Canserbero: resulta extraordinario el impacto que causa en los estudiantes el juego tramado y transpuesto de nuestro abecedario en “El mundo ABC”.

2

Asisto a una presentación de Canserbero en un local en el centro. Voy solo. Llego temprano. Mientras bebo una cerveza, observo cómo se llena el espacio. El público está conformado por menores de edad acompañados por sus madres o padres. La actitud despistada de los adultos a lo largo del local es cuando menos curiosa. Atento a las tonadas en las conversaciones, identifico pocos venezolanos; no obstante, el público corea las canciones. Hay gritos, brincos, pogo. Parece el concierto de un artista local.

Salgo del local con dos conclusiones. La primera es el alcance incalculable que posee la música de Canserbero. Sus canciones se estiman tanto en parajes donde no se habla español como en un suburbio en Buenos Aires (una de sus últimas presentaciones es en San Justo). Mi segunda conclusión es que el español de Canserbero proviene del futuro. La única revolución con continuidad en Latinoamérica es la que hemos dispuesto en el lenguaje: no hay modo ni academia que entronque las deformaciones grandiosas que hemos provocado al idioma. Nuestro español figura un desgobierno acaso inherente a la idea de libertad. El movimiento que hace la música de Canserbero (desde los márgenes hasta lugares insospechados) es el mismo que ocurre con los fenómenos de nuestra lengua: de formas infinitamente creativas, en los barrios se reforma el vocabulario y desde allí se esparce como una plaga sobre el resto de las capas sociales. ¿Quién no ha escuchado a más de un sifrino decir “lacra” o “manao”? ¿Quién no ha escuchado a más de un cheto decir “gede” o “wacho”?

Pido a los estudiantes que subrayen en las transcripciones de las canciones palabras que desconozcan. Espero que se pregunten por el significado de vocablos o expresiones como “ipso facto” o “maquiavélico”. Maravillosa e indefectiblemente, terminan por subrayar modismos y locuciones del slang venezolano. Los chicos comienzan a usar con el mismo sentido que se usan en Venezuela palabras como “paca”, “tasca” o “jíbaro”. Se trata de un capital mayor: como una hiedra hecha de lenguaje a lo largo de los pueblos de Latinoamérica nos expandimos lenta pero al parecer ya no tan silenciosamente.

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