Ni gracias ni no

Los hijos de la trampa*

¿Se acuerdan de Tom King, aquel viejo y miserable boxeador que en un cuento de Jack London se ve forzado a pelear contra una estrella naciente del pugilato con el único propósito de ganarse unas monedas y tener la posibilidad de comerse un pedazo de carne? Nosotros tampoco nos acordábamos; sin embargo, la desvergüenza exhibida por Big Soto y Trainer comenzó a sugerirnos la posibilidad de que su figura y las nuestras pudiesen resonar en los ecos de aquella triste narración.

La pelea librada en el relato no es otra que la de la juventud contra la llamada edad adulta: mientras el atrevimiento de los años mozos lo encarna el joven Sandel, la experiencia y la inteligencia están figuradas en el gran King. Más o menos en el papel de este último nos sentimos aquella noche al asistir a la presentación de Big Soto y Trainer en Buenos Aires. ¿Quiénes creen que ganaron?

Desde la fila el público luce animado. No esperamos que aquella música lánguida y viscosa fuese capaz de generar fraternidad. La llamada brecha generacional es evidente. Intentar entender y sentir una música con la que no se ha crecido lleva irremediablemente a la comparación. El balance, también lo sabemos, reenvía a la nostalgia. Entramos evocando las fiestas en las que nos metíamos cuando teníamos aquella edad: las canciones que suenan en los intermedios provienen de una época que aquellos chicos no han vivido. Reflejados en pantallas que hacen de espejos retrovisores, a nuestro alrededor se agita una generación reconocida en el pasado. Su nostalgia evade hacia adelante, manifestada en audiovisuales colmados de tornasoles y glitches que emulan VHS y juegos de videos. Habitan una paradoja: uno de los sellos de la juventud es precisamente la ausencia de nostalgia. El desconocimiento que hacen del futuro es brusco: nada les alcanza porque viven en el presente y su tránsito por los mejores años de la juventud es infinito. La vida joven nunca deja de jugar, dice el narrador del cuento de Jack London.

Huele a porro. Son casi las tres de la mañana. Un centenar de carajitos se balancea frenéticamente al ritmo de armonías macilentas y voces guturales y repetitivas. La ansiedad embiste al recordar las tareas del día siguiente: somos los únicos que advertimos el paso del tiempo. Para ellos, las horas son estáticas: no hay estaciones en la eternidad. Enormes en fuerza y deseo, Big Soto y Trainer arrancan su presentación nada menos que pasadas las cuatro de la mañana. Para entonces, hemos dejado de ser una transcripción patética de Tom King, para convertirnos en una versión agónica de aquel sketch que interpreta markomúsica en el que una señora analiza canciones de trap desde su cocina.

En el público se genera una atmósfera afín a la de un concierto de rock; sin embargo, el trap es lo contrario a aquel género conservador. Impacta percibir cómo tanta energía puede provenir de un sonido tan evidentemente depresivo. Una pregunta nos asedia en medio de semejante alboroto: ¿qué proyectan Big Soto y Trainer respecto de la turbulencia venezolana? Pródigos en presumir carros, mansiones y joyas, no les importa haber nacido y crecido a la par de cambios profundos en el país: los atraviesa la misma utopía neoliberal.

Ser “vivo” en nuestras sociedades quiere decir que un conejo puede vencer a un tigre. La trampa es vía de ascenso y escape. Con todo, Big Soto y Trainer están lejos de declararse a este tenor: ellos son su descendencia. Y esto es sustancial: reconocerse el hijo de la trampa no es igual a reconocerse el padre. La forma que escogen para exponer su modus vivendi es idéntica a la de sus progenitores: saltarse el tigre del establishment a la manera de un conejo diligente. Estos carajitos son el resultado más fresco de la llamada viveza criolla que, Preveral aparte, no tiene reparos en estafar antes de ser estafada. En un medio hostil donde cualquier noción de Ley está abolida, la única consigna pareciera ser la trampa.

Perdimos por knockout y no pudimos hacer otra cosa que salir de aquel local mientras amanecía en una ciudad que nunca nos pareció tan lejana y ajena. Lo dijo London en su cuento: sólo la juventud puede levantarse varias veces antes de que el réferi llegue a 10.

*Escrito junto a Jesús Rodríguez

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