El traductor

Hay una línea de Bad Bunny que más de una vez tiré en clases para discutir con los estudiantes del secundario. Me refiero a la que abre el disco X 100pre: “Sin ti, no me va bien / Tampoco me va mal”. Convengamos que, además de sugerir nada menos que una manera más sensata de plantarse ante el desamor, la frase sortea con estimable gracia aquella primera persona aferrada al ser amado especialmente visible en boleros, rancheras y tangos: “Sin ti, no podré vivir jamás… Sin ti, qué me puede ya importar… Sin ti, no hay clemencia en mi dolor… Sin ti, es inútil vivir…”.

Me pregunto cuántos materiales procedentes de la música popular representan sólo síntomas y cuántos la posibilidad de desbaratar preceptos como aquel tipo de relacionamiento atormentado. Acaso la manifestación que, intencionalmente o no, proyecte algún tipo de transformación a nivel de conciencia, deba considerar a un tiempo signos tan actuales como antiguos.

Traigo por caso el trabajo de Gabriel Reyes-Whittaker en su transmutación a Frankie Reyes, quien en Boleros, valses y más (2016) y Originalitos (2020) retoma parte de una tradición latinoamericana y la reorganiza en torno a tecnologías propias de la música electrónica.

En primer lugar, ambos discos empalman en el hecho de haber sido grabados únicamente con un sintetizador Oberheim: Reyes modifica desde la elección de herramientas. Aunque Boleros, valses y más está compuesto por estándares populares, al instrumentalizarlos, el foco se aparta de la lírica para posarse sobre aspectos melódicos, armónicos y rítmicos. Puede que se trate de un repertorio atemporal, sin embargo, dicha intervención rehabilita su ingreso al presente. La operación es conocida: sobran los proyectos que reproducen aquellas mismas melodías en piano, guitarra o saxo; la diferencia aquí tal vez sea que el pase a dispositivos, digamos, modernos genera un efecto de rejuvenecimiento (en este punto cabe evocar a Wendy Carlos). No deja de ser paradójico que dicho refuerzo esté dado en virtud de un sonido tan particularmente tenue: acaso aquella marca de levedad que hace ascender las canciones hasta semejante estado de ingravidez sea la causa por la cual el resultado exceda el cover o la interpretación fallida.

Algo parecido sucede cuando un texto resucita a causa de su traducción. En su traslado al mundo digital, las canciones comienzan a hablar otro idioma: el proceso reactiva encantos y asigna un nuevo valor a aquello que habíamos dejado de escuchar en aquellas tramas pasadas de moda.

Si traducir es escribir otra vez, entonces estas canciones pueden entenderse como nuevas. Benjamin decía que la reproducción hacía más patente el valor de la obra original. Las de Reyes son a un tiempo copias tan calcadas como originales: como un Pierre Menard actualizado, acorta la distancia entre lo propio y lo ajeno. Boleros, valses y más es una reflexión sobre el original y su duplicado.

Mientras aquellas melodías potencian la memoria, las de Originalitos, compuesto justamente por piezas originales, reenvían, como en los sueños y la imaginación, hacia imágenes de belleza abstracta. Imposibles de tararear (desconocemos sus líricas), sus ritmos y armonías resultan irregulares: la inestabilidad en el disco es acorde a su efectividad. La trama del sintetizador, por su parte, es a un tiempo extraña y confortable; además de hacerlas tiritar, carga las frases de cierto matiz espacial (recuerdan al minué, al clavicordio y al sonido de los organilleros que todavía hoy pululan por el centro de CDMX).

Ciertamente, existe un tipo de melancolía asociada a imágenes de playa y palmeras; ambos trabajos, sin embargo, superan el cliché de la camisita estampada. Los estereotipos niegan las densidades inherentes a una comunidad. Reyes se rebela contra aquel modelo en el Caribe y, sin ensombrecerlo, se sobrepone al exotismo de los colores saturados. Retóricamente, ha llegado a preguntarse en entrevistas: “¿Cómo podría usar el sintetizador para explorar mi herencia? ¿Cómo reunir mis raíces clásicas y mi vida moderna actual?”. Su maniobra consiste en indagar sobre su origen sin abandonar el presente, esto es, aceptar con la mayor complacencia sus propias contradicciones. El adulto Frankie Reyes sigue escuchando en su vida psíquica al niño Gabriel.

2 comentarios sobre «El traductor»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *