Ni gracias ni no

La inteligencia de la música

Así como todas las formas de la violencia, también las de la resistencia se revelan con un brillo de fuego inextinguible en el llamado rap latino. Aunque lo pareciera, para nadie es un secreto que, con la llegada de los primeros esclavos al alba del siglo XVI y el tráfico posterior, en estas tierras se promovió la más feroz explotación de mano de obra africana. Recuerdo el sobresalto que me causó enterarme que en Cartagena de Indias muchos de los esclavos que se comerciaban eran marcados a fuego: mujeres y hombres se exhibían en pleno mercado para que los posibles compradores pudieran medir su contextura, examinar sus dientes o palpar sus órganos sexuales.

Chuck D confiesa en Fight the Power haber quedado impactado luego de su primera visita a África. Allí se enteró de que los cristianos habían tenido la sangre fría de bautizar al primer buque de esclavos nada menos que con el nombre de “Jesús”. En los calabozos de los Castillos de Elmina, en Ghana, los cuidadores tiraban comida por un agujero hacia el interior de las mazmorras para que se produjeran peleas y los prisioneros hambrientos comenzaran a matarse entre sí. Hasta hace algunos años, el suelo de aquellos calabozos era unos metros más alto: el grosor se debía a los cadáveres solidificados a lo largo de los siglos.

Dice Dussel en su famoso texto sobre 1492: “descubierto” el espacio y “conquistados” los cuerpos, urgía controlar el espíritu. Durante el asedio, la evangelización fue el fundamento de aquel sometimiento y por ende la justificación de la violencia. Al trasluz del cristianismo, los “mundos imaginarios” de nativos y esclavos fueron tomados por negativos, paganos y perversos. Como tales, debían ser destruidos. El desprecio por ritos, mitos y creencias, fue total.

Con todo, el mapa se llenó de negritud: como la tierra, la cultura conserva un cultivo inagotable. Pueblos enteros han resistido por fuerza de voluntad y creencia en sus líneas ancestrales: en la fe radica la firmeza de las comunidades oprimidas. Este tipo de insumisión está figurado en un tema de Gegga que lleva justamente el título de “Fe”.

La canción arranca con un sonido que reenvía al curso del agua, una especie de atmósfera líquida sugerida con un tintineo de cristales y el soplo de una rama de bambú. Antes de empezar a cantar, Gegga inhala con una brusquedad que detiene el tema por una fracción de segundo. En sus primeras palabras, se halla una afirmación espiritual. La entonación conlleva el reconocimiento de los ancestros. El enunciado toma la forma de una bendición: “Que tu espada sea el conocimiento y tu escudo la fe…”.

Como en el registro publicitario, la segunda persona es recurso esencial en la música popular: apela a la conciencia, que orienta el diálogo interno y en consecuencia a lo que pensamos, sentimos y hacemos. Los imperativos aquí, sin embargo, son interpelaciones amables: deseos, gracias, invocaciones. Una bella muletilla corona el momento más acompasado del tema: “Ama y verás que tu mente sana / Ama y verás que serás feliz”. Hasta entonces, los elementos de la canción siguen un orden habitual; no obstante, un hecho desconcertante irrumpe hacia los segundos finales, cuando un conjunto de voces comienza a entonar a destiempo un canto yoruba.

La primera vez que lo escuché me tomó por sorpresa: estaba distraído, mis sentidos se vieron alertados por una claridad que no concernía al resto de la canción. Recuerdo haber alzado la cabeza y volverme hacia el parlante como si no pudiera creer lo que escuchaba. En seguida, mi mente se colmó de imágenes provenientes de mi niñez. Me vi a mí mismo alzándome sobre el borde de una ventana desde la cual intentaba averiguar lo que pasaba en la casa de mi vecino, donde se llevaba a cabo una liturgia con tambores y gente vestida de blanco. Ha pasado un tiempo desde la primera vez que escuché el tema y sigo sonriendo en aquel punto.

Se trata de un canto de llamada a Obatalá, santo de paz, tranquilidad, sabiduría y respeto. Me gusta imaginar aquellas voces brotando de la tierra, a la manera que Maurice Maeterlinck detallaría el crecimiento de un árbol en La inteligencia de las flores.

La música es una forma de la resistencia: sortea, escurre, remedia cualquier designio moral, religioso, físico. Como las plantas, las canciones son sustancia de la naturaleza en tanto persisten como materia esencial de la vida. Aquel canto yoruba ascendiendo como una hiedra inteligente sobre el tema, revela las formas en que una melodía, una semilla, un pétalo, no desaprovecha una grieta de luz para introducirse, trepar y florecer.

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