Ni gracias ni no

Fracasa mejor

Todas las sociedades apuntan el foco sobre el éxito. Hacia el polo opuesto, ocupado por la noción de fracaso, el individuo apenas sostiene la mirada. El resultado suele ser el de una conciencia colectiva sin posibilidades de desencanto. Los personajes de este libro poseen una mirada contraria: como obligados a vivir, acogen su carácter melancólico.

Ante los ojos de las sociedades, se trata simple y llanamente de personajes fracasados. Inmunes a la frustración, no obstante, se mantienen ilesos e imperturbables: no hay un sólo suicida en todo el libro. Aunque cada uno sobrelleva su signo de agobio, ninguno deja de evadir con dignidad su pequeña penumbra. Es como si completaran sus rutinas repitiendo a modo de mantra aquella célebre sentencia beckettiana: “prueba otra vez, vuelve a fracasar y fracasa mejor”.

Se lee rápido: son diez divertidos monólogos. Las imágenes son llanas. Quizás algunos finales resulten abruptos (“Es sólo música”) y esto divida en dos el clima del relato. Algunas historias funcionan como la descripción de una situación a la que ―justamente― un giro repentino o un gran salto en el tiempo termina por conformar. Con todo, estas inversiones cierran con logros excepcionales (“Quería fumar esta noche”).

El humor tiene al menos dos caras: una reflejada en las acciones y otra en el lenguaje. La primera es caricaturesca (un joven se limpia el culo con una planta que le produce urticaria; un hombre se golpea la frente con una piedra que él mismo ha lanzado). La segunda está determinada por cambios inesperados en el registro (el uso delicado de la ironía tiñe las voces de gravedad, con lo cual, expresiones como “hacerse una pajita”, “la vaina pelúa” y “el trompeteo de sus nalgas”, se convierten en graciosos accidentes).

Sobresale “La isla de Xisca”, un cuento en el que se narra la calurosa rutina de una pareja metida en un apartamento. Las dinámicas son apenas alteradas por la presencia de un perro o la breve aparición de un extraño. El protagonista ―escritor y exlibrero― construye el relato al tiempo que describe su estructura. Lo que en principio parece una narración contenida en su propio retrato, poco a poco se convierte en un cuento sobre las emociones que no se comunican o se evaden y se quedan atragantadas en el corazón.

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