Ni gracias ni no

La voz dentro de sí

La boca es el lugar de las palabras, algo así como la zona donde reside lo más evolucionado del ser humano. Dicen que la frase es de Bataille, quien (en todo caso) no se olvida de señalar que dentro de la boca también conviven los dientes (emblemas de nuestra naturaleza salvaje). La boca es una especie de comarca en la que habita la doble condición humana. Su potencia está dada por su sostén acústico, es decir, por la voz, recurso y medio para expresar y transmitir emociones básicas.

¿Qué sellos contiene la voz cantada de Canserbero?

Sin llegar a ser completamente engolada, su voz posee, además de cierta uniformidad baja y oscura, una marca de tosquedad. Intensa y poderosa, retumba como proyectada por alguien detenido en el camino hacia la adultez (una especie de púber que posee la caja torácica de un hombre maduro). La voz de Canserbero es una voz mixta, es decir, una voz monstruosa, que ostenta resonancias androides (como las del Barón Ashler) y en cuyo sonido conviven al menos dos timbres indiferenciables.

A pesar de su marcado ensombrecimiento, su voz alcanza distintas tonalidades: no se estanca en un solo tono, como lo hacen tantos raperos, a la manera de un canto gregoriano; muy por el contrario, Canserbero canaliza hábilmente sus propias limitaciones. En efecto, su tonalidad está privada de agudos y falsetes, sin embargo, no deja de ser rica en armónicos graves. Acaso por su posición laríngea voluntariamente baja, a veces el timbre pierde brillantez, lo cual genera una voz hundida o bostezada; con todo, el texto nunca deja de ser inteligible.

Las veces que pregunté a quienes no lo conocían a qué les remitía la voz de Canserbero, recibí las mismas respuestas: viejo, negro, gordo, de rasgos anchos o gruesos. Además de prejuicios, se trataba de impresiones evocadas por su brío expuesto. No hubo entre aquellos nadie que dejase de sorprenderse al ver más tarde sus fotografías.

La voz es instrumento de expresión y afirmación del “yo”. Sus sellos son indisociables con la personalidad de quien la emite. Tal vez, al modificar su intensidad, articulación, elocución y ademanes asociados, Canserbero busca cierta adhesión. La fuerza en su voz denota cuando menos energía. La operación es clásica y persigue efectos sobre sus interlocutores. Sucede con el actor de teatro, obligado a captar las emociones profundas de los personajes a interpretar. Artaud proponía un uso de la palabra que prescindiera de su sentido, es decir, que se empleara como material sonoro, capaz de actuar en línea recta sobre la sensibilidad.

Un efecto que genera la voz de Canserbero es el del silencio de sus receptores: quien lo escucha, no puede hacer otra cosa que callarse. Un amigo me contó que una noche puso sus canciones ante un grupo de alemanes. Los extranjeros las disfrutaron como si entendieran cada palabra. El “mensaje” es “pensado” con los sentidos: Canserbero persuade al margen de su discurso; en ocasiones, la atención de su auditorio es ganada menos por la idea que por el alcance de su voz.

Por último, aparece cierta brusquedad en el “paso” de un registro a otro. Esto es notable en un tipo de composición que arranca de manera apacible y que, a partir de la mitad y hacia adelante, tiende a desbaratarse. En dichos casos, las ies se vuelven nasales y al cerrar las frases el deletreo se endurece: “La peor pesadilla de cierta gente al que detestan comúnmente por pensar diferente”. Acaso entonces Canserbero alcance a expulsar por la boca aquella entidad monstruosa que disimulamos tras los dientes. ¿Para qué? Para hablar, es decir, para expresarse. Esa es la voz dentro de sí.

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