Ni gracias ni no

Modo aleatorio

En 1992, la Selección de Baloncesto de Venezuela, conformada por monstruos como Víctor David Díaz, Carl Herrera y Gabriel Estaba, se enfrentó en la final del Preolímpico de Portland al llamado “Dream Team” de los Estados Unidos, donde figuraban, entre otros, Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird. Yo tendría unos doce años y recuerdo el hecho como un evento que me provocaba una especie de desafío entre cierta conmoción patria y la admiración profunda por los personajes rivales. Algo parecido, respecto de aquel famoso partido, manifiesta el narrador de uno de los relatos de este libro, en cuyo interior también se cuece “la contrariedad por la derrota reciente del país a manos de nuestros propios héroes”.

De evocaciones parecidas, a veces portadoras de un enorme peso simbólico (como el partido en cuestión), están colmados estos cuentos. Se trata de historias que repasan contingencias de una época ―los 90 venezolanos―, al tiempo que reflexionan sobre asuntos tan amplios y complejos como aquella idea de concebir a una cultura superior a otra.

Primero: los espacios y marcos temporales están dados por lugares y fechas concretas muchas veces señaladas desde los títulos (“Río Chico, 1994”; “La Guaira, 1989”).

Segundo: hay una omisión general de contextos sociopolíticos; los mismos están sugeridos a partir de marcas comerciales, eventos deportivos, canciones, películas y personajes del cine o la televisión.

Tercero: más de la mitad de las once historias que componen el libro están referidas desde la primera persona de un adolescente que crece durante dicha época; no obstante, las narraciones que no corresponden a esta voz dan cuenta de recursos y tramas radicalmente distintas (la gloria y decadencia de un artista del joropo; el retrato de un holandés suicida; la carta de un soldado boliviano).

Cuarto: la estampa del padre es fantasmal, cuando no totalmente ausente (“aparece” una vez para dar un paseo; “aparece” en otra ocasión a través de una llamada telefónica; “aparece” una tercera vez tirado en una hamaca). El trabajo está encarnado en las mujeres, quienes también cargan, las más de las veces −la madre, la alemana−, con el sostén económico.

Quinto: se insiste en construir desde el humor.

Sexto: la prosa está construida a partir de una reproduccion compleja de la oralidad que mezcla en simultáneo registros del habla popular, estandarizada y culta venezolana. Si la selección léxica y las características del habla son elementos que expresan la clase social de un individuo, su edad y procedencia, entonces los narradores de estos relatos expresan su adscripción a grupos sociolingüísticos desiguales, ya que incorporan en abundancia y alternativamente, modismos y locuciones populares (“portar el estilo”, “bajarle dos”, “sacar tarea”, “marcar la milla”, “tirarse un quieto”, “gozar una bola”) junto a términos propios del llamado slang o jerga coloquial (“beta”, “diablo”, “sapo”), al tiempo que recurren a un registro más cuidado y formal, pleno de cultismos y tonalidades poéticas (“la noche dentro de la noche”, “el espeso matorral de sus bucles”, “el manto prieto de la nada”), ligado a frases hechas, a veces procedidas de otras culturas o de una neutralidad que recuerda a cierto modo devenido del doblaje al español del cine y la televisión (“pan comido”, “al dedillo”, “un chin”, “por doquier”) y a formas o expresiones correspondientes a un habla que denota pertenencia a sectores sociales distanciados (“era como guao”, “demasiado pro”, “un día tan fu”, “full panas”).

Se trata de un procedimiento diseñado a partir de una suerte de modo aleatorio, esto es, un lenguaje lleno de oposiciones, diferencias y contrastes propios del habla en Venezuela.

Queda un por qué en el aire. ¿Eventualidad? ¿Intención? ¿Síntoma de época? A veces recurrimos a formas determinadas del habla o la escritura con la pretensión de alejarnos de las propias, dando lugar a inseguridades o ultracorrecciones. A veces renunciamos a nuestra identidad lingüística con el propósito de desidentificarnos y vincularnos a grupos en boga o de mayor jerarquía.

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