Ni gracias ni no

¿Qué hay detrás de la ventana?

Si la arquitectura fue sintomática en momentos de inflexión como la caída del muro de Berlín o el derrumbe de las torres gemelas, qué símbolo representa el giro pandémico.

Considerando el vacío al que reenvía la invisibilidad del virus, una elección asocia la epidemia al ámbito de los hospitales, cuyas atmósferas, como sueños envueltos en velos asépticos, guardan aquella melancolía blanca tan particular. Conviene que el sello del confinamiento, además de ausencia, remita al tiempo detenido. Cuando pienso en una estampa posible, acudo a la imagen de una calle vacía vista tras una ventana. Acaso porque el desierto está hecho de luz, me surge como visión relacionada una pintura del danés Vilhelm Hammershøi.

Se trata de un emotivo espacio interior. Aunque de naturaleza figurativa (se llama Motas de polvo bailando en rayos de sol), el cuadro es deliberadamente abstracto: cualquier interpretación sortea lecturas históricas o religiosas. Su atmósfera de albor brumoso, además de generar el impulso de habitarla, induce efectos de incertidumbre: ¿de qué planeta proviene esta luz? La pintura se mueve (miles de partículas circulan de un lado a otro entre los reflejos del sol), sin embargo, la imagen genera cierta reflexión existencial. Hammershøi convertía a su espectador en personaje.

Durante toda la primera década del siglo XX, pintó obstinadamente el mismo rincón (con y sin muebles, con y sin figuras humanas, en distintos momentos del día y en diferentes estaciones del año). Aunque también hizo retratos y paisajes naturales y urbanos, su trabajo se hizo célebre gracias a estos interiores. Apasionado por la arquitectura, eligió no registrar “lo importante” y se concentró en pintar fragmentos muy particulares mediante su estilo fotográfico: del Museo Británico, optó por una esquina en su fachada; del Palacio de Kronborg, cuyos alrededores Shakespeare eligió para ambientar la tragedia de Hamlet, pintó sólo una parte del techo.

Buena parte de sus trabajos encubren la presencia humana. En algunas pinturas, no obstante, se advierte la silueta de una mujer de espaldas o absorta en actividades nimias. Me gusta imaginarme a Hammershøi y a su esposa en medio de aquellos paisajes cotidianos como una pareja sin hijos que cede ante el silencio de la cuarentena. En la paleta de colores de Hammershøi radica una filosofía de vida: al recoger observaciones de eventos insignificantes, figurados de manera diáfana y candorosa, su trabajo adquiere, como la belleza que está oculta entre las cosas, cierta tendencia a evaporarse.

Murió de cáncer a los 51 años. En su último autorretrato su figura parece decir que lo más importante es lo que está a su alrededor. Dejó varias preguntas sin responder: ¿por qué de espaldas, por qué las puertas, por qué abiertas?

Suelo vincular el oficio literario con la imagen de una ventana abierta: recibimos lo que proveen los paisajes del afuera en tanto se revelamos el mundo interno. ¿Qué hay detrás de la ventana? Detrás de la ventana hay un mar sin peces o una calle desierta… Detrás de la ventana está el vacío…

Qué libre parecía ser nuestro paso al ir de arriba abajo en la ciudad. Mirábamos con alegría a niños, perros y trabajadores. Aunque también olvidaremos la pandemia, hoy nos liga esta conciencia de fragilidad.

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